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Obituario | “A Rodrigo Martín Martín-Estévez” por Andrés Camino

Recibo con enorme tristeza la muerte de Rodrigo Martín Martín-Estévez, aunque hacía tiempo que no lo veía pero sabía, por personas cercanas a él, que iba tirando a pesar de sus dolencias.

            Rodrigo era, por qué no admitirlo, un gentleman. Impecablemente vestido como los actores de la época dorada de Hoolywood: Fred Astaire o Cary Grant, por ejemplo. Y elegante  como Petronio, al que el historiador romano Tácito lo definió como “arbitro de la elegancia”.

Que yo sepa no era noble, ni tan siquiera aristócrata, pero podría pasarse por uno de ellos con un nombre y unos apellidos tan rimbombantes: Rodrigo Martín Martín-Estévez.

Era un hombre templado, atento y educado. No le gustaba, para nada, el figureo ni el postureo. Nunca he oído a nadie hablar mal de Rodrigo. Era todo un señor, respetadísimo. Buen hombre y buena persona. Respetuoso como pocos.

Lo traté durante mi etapa funcionarial en el Hospital Noble. Solía entrar al Área de Medio Ambiente a presentarse al concejal/a de turno y, después, ya a saludar y a pedir el permiso como hermano mayor del Descendimiento (1989-1996) para el montaje del tinglado en el patio del establecimiento sanitario decimonónico. Frecuentaba a diario la capilla del Noble donde sus titulares recibían y reciben culto público. Sin duda, un cofrade comprometido con su hermandad.

De hecho, como hermano mayor realizó una grandísima labor. Precisamente lo plasmé en un artículo titulado: “Un cofrade desde la cuna de los que dejan huella”, publicado en el Diario Sur, en Pasión del Sur, el 4 de abril de 2014.

Después mi relación cofrade con Rodrigo se inició desde la revista ‘La Saeta’. Durante las presidencias de Clemente Solo de Zaldívar (1997-2003) y Rafael Recio (Pipo) (2003-2012) ejerció el cargo de Jefe de Protocolo durante 15 años, con una galantería nunca vista. Desde luego que representaba el papel a la perfección. Solíamos reunirnos unos minutos antes de cada presentación. Él tomaba nota en un papelito -con su bolígrafo metalizado que extraía de su bolsito- el orden de las intervenciones que tendría lugar en el acto.

En este momento que escribo las líneas, recuerdo cómo en una de las presentaciones de ‘La Saeta’ de Otoño, le pidió -con toda la educación y diplomacia del mundo- al hermano mayor  de la cofradía que salía ese año en la portada que, por favor, no se sentara en la primera fila de bancos, pues había aparecido sin chaqueta y con una camisa verde pistacho. Ahí quedó eso para el anecdotario saetero.

Cuando lo entrevistábamos en ‘La Saeta’ de Cuaresma de 2006 por su nombramiento de pregonero de la Semana Santa, nos contaba cómo lo designó Rafael Recio. Habían acudido a un acto de las Fusionadas, el 19 de septiembre de 2005, y tras el mismo  (a las diez menos cuarto de la noche) “me dijo el presidente que quería hablar conmigo y de buenas a primeras me dice que soy el pregonero. Yo, como tonto, me quedé mirándolo y cuando me repuse un poco le pedí que se dejara de bromas. No, no -me repuso-, esto va en serio”.

Durante la etapa agrupacionista forjó buenas y sinceras amistades con destacados cofrades, que mantuvo hasta la fecha de su muerte.

            Como broche a su trayectoria en el organismo agrupacional, el presidente Eduardo Pastor Santos (2012-2015) le concedió el 18 de abril de 2015 el escudo de oro de la corporación.

            Nunca escondió sus devociones hacia el Cristo de Ánimas de Ciegos, a las Dolorosas de la Esperanza y de las Angustias, y a las Vírgenes del Carmen y Santa María de la Victoria. Y reconocía que, además, era un apasionado del Señor de la Humildad.

            Siempre nos quedará el recuerdo de su buen hacer. Que Dios lo tenga ya en los cielos, junto a otros grandes personajes de la Semana Santa de Málaga.

Andrés Camino Romero

Director de la revista ‘La Saeta’

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